martes, 28 de abril de 2009

Ser modernos

En su novela Mala hierba —nos dice Azorín en un viejo libro llamado Tiempos y cosas—, Baroja nos presenta a un personaje frío, maquinal y nihilista que por voz propia nos transmite su tenebrosa filosofía: “la civilización —dice— está hecha para el que tiene dinero, y el que no lo tenga, que se muera”.

Tal es, sin duda, para quien se asume como pesimista —o como realista, si además es cínico—, el principio supremo de la sociedad contemporánea, tan mal disimulado por todos en cada rincón de la vida práctica.

Ser absolutamente modernos

Entre las páginas 145 y 172 de La inmortalidad, Milan Kundera formula una definición de modernidad que dice más o menos así: ser absolutamente modernos significa ser aliado de sus sepultureros. La frase es una paráfrasis de Rimbaud, quien en algún sitio de Una temporada en el infierno habría escrito que “es necesario ser absolutamente moderno”. Pero, ¿qué quiere decir esto?

La modernidad es sólo una forma: la forma de la novedad, y lo que le da su contenido puede ser todo, cualquier cosa: ayer fue el Aserejé, mucho antes fue el socialismo, hoy es “no se apendeje, vote por el Peje”, mañana cualquier otra cosa.

La batalla de la vida

La filosofía del pesimista reivindica el derecho del más fuerte, quien ha pasado sobre los más débiles, quien los ha vencido. “Cuando se triunfa —vuelve Azorín sobre Baroja— la razón, la moral y aun la belleza están con el que triunfa […] Tal es, hoy, como en las edades primitivas, el gran problema: vencer en la batalla de la vida”. Y la batalla de la vida diaria es la guerra por tener dinero o, en el mejor de los casos, por hacerse ricos. Pero de nada sirve ser ricos (o tener dinero) si los otros no lo ven.

El holgazán no es socialmente sancionado por despreciar el trabajo ennoblecedor, sino por su indiferencia ante el fundamento de la ideología que lo sustenta. El fracasado y el holgazán obstruyen el camino de la sociedad hacia el bien. El bien es la base de la sociedad.

Y si el bien es la base de la sociedad, la tecnología es hoy el bien, puesto que la tecnología —dice Gellner en Anthropology and Politics— es la nueva base de la sociedad: “el aliciente del crecimiento económico en cierto modo reemplaza al temor como la piedra angular del edificio social”. Y la sociedad ofrece ese aliciente a quienes no tengan el temor de pisotear a su prójimo para escalar por sus peldaños.

Tengo un carro nuevo

El holgazán no es malo porque no le guste trabajar, sino porque con su pereza niega el espíritu moderno. Pereza es —dice el filósofo lituano Emmanuel Levinas en la nota 24 de Ética e infinito— una abstención de futuro, fatiga del porvenir.

Quien no tiene dinero no puede adquirir cosas, pero en la Era Moderna, sólo vale adquirir cosas nuevas. Quien compra de “segunda mano” es un fracasado, a loser, no le alcanza, si bien se esfuerza por conseguirlo.

Sin embargo, la filosofía del pesimista viene desde mucho antes. El pesimista no es un holgazán. El pesimista no encuentra el sentido por ninguna parte. Dice Baroja citado por Azorín: “Manuel se sentó en la cama, pensativo […] ¡Cuántos buenos proyectos, cuántos planes acariciados en la mente no habían fracasado en su alma! Estaba al principio de la vida, y se sentía sin fuerzas ya para la lucha. Ni una esperanza, ni una ilusión, le sonreía […] El trabajo, ¿para qué? Componer y componer columnas de letras de molde, ir y venir a casa, comer, dormir, ¿para qué? No tenía un plan, una idea, una aspiración”. Y luego el mismo Azorín repite: “El trabajo, ¿para qué? Las inquietudes, los afanes, los cambios, las aspiraciones hacia un ideal lejano, ¿para qué? ¿Veis ya cómo aparece claramente el nihilismo que paraliza vuestros instintos?”.

Por eso el pesimista sentencia: la civilización está hecha para el que tiene dinero, y el que no lo tenga que se muera. Sí, que se muera y bien muerto. Porque no se puede vivir en este mundo si no se tiene con qué pagar objetos nuevos —tecnológicamente avanzados y por cierto onerosos— o, por lo menos, aquellos que le saquen a uno de la anomia.

Como un carro, por ejemplo, al que Kundera ha llamado con acierto el orgullo del hombre moderno.


20 de junio de 2005

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