sábado, 1 de agosto de 2009

Breve ensayo no filosófico sobre la muerte

El bacaboob que lleva en sus espaldas al dios de la muerte, tomada de The Dresden Codex, Lord Kingsborough Edition, Fac-simile of An Original Mexican Painting, preserved in The Royal Library at Dresden, 74 pages, en FAMSI, http://www.famsi.org/spanish/mayawriting/codices/dresden.html


Esperanza inútil,
Si ves que me engaño,
Por qué no te mueres
En mi corazón.
Daniel Santos, Esperanza inútil

I
En la pantalla aparece la toma de un sepelio. De una camioneta un grupo de hombres baja, entre aplausos y ovaciones, un ataúd color sangre en el que viaja el cuerpo de un boxeador muerto: Marco Nazareth. Previamente, en otra serie de imágenes, se ve a Nazareth dando y recibiendo golpes de otro boxeador. Antes de recibir el impacto decisivo, le enseña burlonamente la lengua a su rival, como quien sabe que, en cualquiera de los casos, tiene la batalla ganada. Después rebota contra las cuerdas sin poder recuperarse y luego aparece sentado en un banco, en la esquina, desorientado. Más tarde sostienen su cuerpo inerte que se desvanece. Finalmente está en una camilla y le rodean el cuello con un collar ortopédico. Tiene los ojos cerrados, como si estuviera a punto de dormir (o despertar), pero se rasca la frente con la mano derecha, inquieto; y mueve los dedos, como si hubiera olvidado algo o tratara de recordarlo.

II
Una joven yace sobre el pavimento. La sangre le sale por la boca; bajo ella, el charco se hace cada vez más grande. Parece que ve a la cámara pero en realidad los ojos se le retuercen: se está muriendo. Un hombre, tal vez su padre, grita: “Neda, aguanta, no tengas miedo”.

III
Dice Bataille: “Ante los ojos de aquellos que creen en el diablo, la ultra-tumba es diabólica… pero la esfera ‘diabólica’ ya existe, de una forma embrionaria, desde el instante en que los hombres —o al menos los ancestros de su especie— reconocieron que morían y vivieron en la espera, en la angustia de la muerte”.[1]

IV
Camino de noche. En la calle de un apacible fraccionamiento clasemediero, fuente del inagotable voto a la derecha, un tlacuache de tamaño medio gira en círculo, desorientado. La sangre le sale por los oídos, tiene la mandíbula destrozada e intenta refugiarse bajo los autos estacionados; pronto vuelve a deambular a media calle: busca desesperado una salida sin encontrarla. Horas antes, una familia se siente amenazada en su comodidad doméstica por la presencia de la bestia. A golpes la echan a la calle. Primero, con un palo le revientan el hocico; luego, cuando ésta yace inmóvil en la banqueta, organizan su lapidación. El animal resiste, así que los torturadores deciden volver frente al televisor, no sin antes avisarle a su vecino que un animal salido de la barranca ha venido a escupir sangre en la entrada de su casa. Más tarde el tlacuache se aferra a una baranda, tratando de no caer al barranco, pero no lo consigue. La oscuridad del abismo no puede ahogar el sonido del choque de su cuerpo en el agua. Unas nubes que se deslizan como sombras en el firmamento esconden con dificultad el ojo brillante de la luna.

V
Hoy es 5 de junio de 2009 y falta un mes para que haya elecciones. En la capital del estado de Sonora, en un bodegón habilitado como guardería en medio de un almacén de llantas y una gasolinera, más de centenar y medio de niños son abrazados por las llamas. En el instante mueren treinta y uno; dentro de un mes serán cuarenta y nueve.

VI
La muerte vestida de un individuo llamado Joe Black (Brad Pitt) visita en el hospital a Mlle. Parrish (Claire Forlani), con un ramo de flores en la mano. Una anciana afrocaribeña, desahuciada, la ve y piensa que lo ha descubierto: “Babalao”. Le pide ayuda y él responde: “Tú sabes, vieja, que yo no tengo nada que ver con eso”.

VII
Sin duda se puede seguir a la muerte de muchas formas. Pero en este negocio la multiplicidad y la unicidad se reorganizan dialécticamente: del tangible culto ancestral a los muertos (nuestros iguales) hemos pasado al abstracto culto a la Muerte (radicalmente otra y distante).

VIII
Dice López Austin en Los mitos del Tlacuache: “Coras y huicholes hablan de la muerte y resurrección del tlacuache, de su cuerpo despedazado y recompuesto. No es el único mito en el que el tlacuache se recompone a partir de sus pedazos. Los triques dicen que el tlacuache recibió en su casa a su compadre y que inmediatamente después fue a bañarse al río mientras el invitado descansaba; ya en el río el tlacuache dijo a su esposa que se suicidaría, y le pidió que sirviera su carne al compadre; pero le indicó que dejara los nervios bien pegados a los huesos para que pudiera resucitar. El tlacuache se recompuso a partir de huesos y nervios entre las aguas del río, y regresó, tan tranquilo, a platicar con su compadre. Y aparece el tlacuache en otros relatos de cuerpos tronchados y recompuestos”.[2]


Referencias
[1] Georges Bataille, Breve historia del erotismo, Ediciones Calden, Ediciones de la Bahía (Colección El hombre y su mundo), Montevideo, 1980 [1970], p. 18 [trad. del francés de Alberto Drazul; versión PDF bajada de internet].

[2] Alfredo López Austin, Los mitos del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana, UNAM-IIA, México DF, 2003 [1990], p. 295, en Google Libros, http://books.google.com.mx/books?id=cU4f8YkFwX8C&dq=tlacuache+lópez-austin&printsec=frontcover&source=bl&ots=HW_6kVTRXJ&sig=3tHbIANKlrdfep-QywJ_jOhROXU&hl=es&ei=CRBySo2aKofiMcijxLEM&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=2#v=onepage&q=Dresde&f=false, consultado el 31 de julio de 2009.

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